La experiencia de UNO

UNO se levantó un día de la cama bien decidido. Aún no sabía a qué, dónde o con quién, si es que acaso hubiera un qué, un dónde o un con quién. Firme y enérgico acomodó la casa, se rasuró impecable, se vistió con su mejor ropa y con las punteras bien relucientes de sus zapatos salió a la calle. Con la cabeza en alto, como suele verse a los triunfadores, UNO emprendió su marcha con pasos seguros mientras sus ojos bien abiertos iban tomando nota, sin esfuerzo alguno, de todos los detalles de la vida fuera del hogar. Sus manos empuñadas, pero no de manera rígida, reafirmaban su andar a lo largo de la vereda del parque adyacente al tiempo que las comisuras de sus labios le delataban una sonrisa de orgullo que se complementaba con su pecho erguido. Durante su pomposa travesía la brisa le refrescó las mejillas y le ofreció bocanadas de aire puro que un par de bien abiertas fosas nasales procuraron no desperdiciar. Luego de cinco bien intensos minutos, tiempo suficiente para ir y venir en ese típico espacio verde urbano, UNO más que satisfecho, regresó al hogar con la mente fija en lo bien que lo había pasado.